martes, 7 de agosto de 2007

¿Qué quiero ser?

Me gustaría alcanzar la ponderación y el equilibrio. Ser lento para emitir juicios y más aún para hablar y criticar. Me gustaría ser humilde, transparente y puro. Que los hombres y mujeres pudieran ver en mí a un buen amigo, portador de sosiego y paz. No quisiera ser nunca como soy, testarudo, egocéntrico, patán y despectivo.

Quisiera dar generosamente de mí, sin cansarme, sin desanimarme. Dar de mí sin medida y sin pedir tregua.

Quisiera tener más fuerza de voluntad y el doble de energía, para contagiar a todo el mundo a mí alrededor. Quisiera ser motor y no vagón. Motor para jalar y arrastrar a todos, sin distinción, sin diferencias. Llevar mi voz de aliento, gritando a todo el mundo ¡Animo! ¡Si se puede!

Quiero que el mundo entero vea en mí un hombre recto. Que cuando pase digan: eh ahí un hombre de principios, un cristiano a carta cabal…y no, ahí va el cucufato cascarrabias.

Quiero que el Señor me de la fuerza suficiente para cambiar aquello que debo cambiar y la paciencia y resignación necesaria con aquello que será imposible.

Aceptarme como soy, sin que ello signifique renunciar a la perfección y a la santidad. Aceptarme en mi naturaleza sabiendo que siempre se puede algo más…más allá…ultreya…al di la.


¿Quién soy yo?

Me llamo Miguel Damiani y paso el medio siglo de edad. Me parece increíble que tenga esa pila de años, que siempre vi tan distante, pero como se dice, a todos nos llega. Confieso que en mi mente, en mi corazón y en mi imaginación (cuando cierro mis ojos) me siento como si siempre hubiera sido igual, como si nada hubiera cambiado. Es sólo cuando me miro al espejo que me doy cuenta que no soy el mismo, que soy un hombre de una edad respetable, lo cual se nota en mis canas y en mi panza (je), que por más que me esfuerzo en disimularla, me sigue creciendo.

Pero este sitio no trata de mí, solo me describo para que sepan quien soy, cómo me veo y que pienso al respecto.

Estudié en el colegio San José. Lo menciono porque al igual que muchos exalumnos de este colegio, siento que marcó mi vida de un modo especial. Este colegio, como todos los jesuitas alrededor del mundo, deja una huella indeleble en todos los que pasan por sus aulas. No lo digo solamente porque así lo he sentido toda mi vida, sino porque lo oigo a cada nada cuando por algún motivo me encuentro con un exalumno de este dichoso colegio.

Como lógico resultado de esta herencia, soy católico. Pero no siempre me fue tan fácil confesarlo. Hubo una época en la que llegué a pensar que era ateo. Me empeñé en buscar explicaciones que refutaran la existencia de Dios (como si se pudiera). Fui marxista leninista y abracé el materialismo histórico. Incluso llegué a ser dirigente estudiantil de un grupo de izquierda en la universidad. No logré que aceptaran mi traslado a la Universidad de Chile, a la facultad de economía, en los años setenta, sino quien sabe, quizás otra hubiera sido mi historia. ¿Me hubiera contado entre los desaparecidos, como ocurrió con un cercano amigo mío, a quien estaba decidido a emular en aquél entonces? ¿O tal vez ninguno su hubiera perdido? Eso es algo que nunca sabré.

Llegada la madurez, alrededor de los 35 años, volví a la Iglesia Católica de donde nunca debí apartarme. Para entonces había logrado reunir una serie de vivencias que me permitían constatar no solo que Dios existe, sino que me ama, tal como soy, con mis virtudes y defectos.

Había hecho un círculo, probablemente dirán algunos. Yo creo que estaba haciendo y sigo haciendo una espiral. Una espiral ascendente, a un punto, tal vez inalcanzable en esta vida, pero que constituye El Camino de perfección y santidad al que he sido llamado, como todos, por un Dios que es Amor.

Aprendí de San Ignacio que para eso he sido creado. Amar y servir a Dios, es la razón de mi existencia, de donde se desprende que tanto debo acercarme y valerme de cuanto fue creado, cuanto me acerque a Dios y alejarme de ello, cuando constituya un obstáculo.

Sé, por Cristo, que sólo puedo llegar a Dios a través de mis hermanos. Todo lo que hay en este mundo debe servir para dar mayor gloria a Dios.

Se claramente a donde debo ir, aunque no siempre mis actos sean coherentes, aunque tropiece con mi pobre naturaleza humana. Así, debo decirlo con vergüenza, mi vida no es siempre un buen testimonio cristiano, ni creo que pueda servir de ejemplo a nadie. Si embargo le pido siempre a Dios, que así sea., que lo haga posible. No por mí, sino por Él, en quien he puesto toda mi esperanza, mi fe y mi alegría.